
Se acercaba la fecha límite para la Navidad; y el objetivo de buscar todas las cartas de los niños de todo el Mundo, se había convertido en un objetivo casi imposible de cumplir. Los Elfos, trabajaban horas extras, pero la densa nevada de aquel invierno dificultaba el tráfico de trineos.
Muchos trineos no lograban despegar del Trinepuerto Internacional del Polo Norte, ya que, los renos se negaban a volar, aterrorizados por la intensa nieve que caía día tras día, noche tras noche.
Solo un reno, el más valiente de todos, era capaz de surfear por la oscura noche, cubierta de plateada y helada escarcha. Rodolfo, no le tenía miedo a nada, ni la nevada más intensa podía detenerle.
Ante semejante emergencia, el consejo directivo del taller de juguetes se reunió, precedido por supuesto, por su presidente, San Nicolás. Todos votaron a favor de activar el plan de emergencia, todos dijeron: – “SI”-, menos Doña Nicolasa, la mujer de San Nicolás.
Ella no estaba para nada de acuerdo, que su marido, en plena nevada, junto a sus fieles compañeros, Juanito el Elfo como copiloto y Rodolfo el Reno como único reno en frente del trineo, fueran el equipo de emergencia: “Rescatemos la Navidad”.
Rodolfo, ya era un reno mayor por no decir anciano, Juanito padecía de cataratas y no veía nada en la oscuridad; y San Nicolás, pues con todo los achaques y dolencias propias de su edad, pero lo que más le preocupaba a Doña Nicolasa, eran los despistes de su marido.
A pesar de las negativas, lloros, ruegos y reclamos de su señora, San Nicolás con su fiel equipo de emergencia despegaron del Trinepuerto Internacional del Polo Norte, con el objetivo de buscar las cartas que faltaban; y poder terminar con la producción de regalos justo a tiempo antes de Navidad.
San Nicolás, Juanito el Elfo y Rodolfo el Reno, fueron de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, buscando cada una de las cartas; el objetivo: “Buscar todas las cartas de los niños de todo el Mundo”, se lograría.
Cuando llegaron a la última parada, Rodolfo se da cuenta que no podía aterrizar en aquel techo, ya que, no tenía un trinepuerto como las demás casas; así que aterrizó en el jardín. Cuando San Nicolás saltó del trineo, sus piernas quedaron totalmente enterradas en la nieve.
San Nicolás, caminaba con dificultad por aquel colchón blanco que se había formado con la nevada. Finalmente llegó a la puerta y con cuidadosa magia la abrió. Estando en el cálido ambiente de aquel hogar sintió que sus pies estaban totalmente mojados.
Se acercó al radiador del salón, se quitó las botas y calcetines, acercó sus cansados pies a la estufa para entrar un poco en calor, mientras con su mirada recorría todo el salón en búsqueda de las cartas de los niños que allí vivían: Anna y Enrique.
San Nicolás, vio que las cartas estaban al pie del árbol de Navidad, cuando se arrodillo para cogerlas un cascabel salió de su bolsillo, rebotando y tintineando por el piso de madera, ocasionado que los niños se despertaran.
Del susto, San Nicolás cogió las cartas, sus botas y los calcetines o eso era lo que él creía, ya que, debajo del árbol de Navidad se quedaron el cascabel y uno de sus calcetines rojos. Saltó por la ventana como pudo, para evitar ser visto por Anna y Enrique.
Rodolfo, despegó a la velocidad de una estrella fugaz, Juanito era ahora el piloto del trineo y San Nicolás un poco cansado del salto por la ventana y la carrera por la espesa nieve estaba de copiloto. Se puso solo las botas, porque los calcetines estaban aún húmedos, no sabía que solo tenía un calcetín y la historia de la caída del cascabel, poco a poco se iba perdiendo en su memoria.
Finalmente llegaron al Polo Norte, con la alegría de haber cumplido su misión y objetivo: “Buscar las cartas de todos los niños del Mundo”; felices y cansados, después de la acostumbrada chocolatada con churros y roscón de cada noche, todos se fueron a descansar tranquilamente.
La mañana siguiente comenzó con mucho jaleo, había que cumplir el segundo objetivo: “Terminar a tiempo la producción de juguetes antes de la víspera de Navidad”; fecha y hora límite: veinte y cuatro de diciembre a las siete de la tarde. Además de alistar el trineo, bañar y peinar a los renos y planchar el traje de fiesta de San Nicolás.
Parecía que todo marchaba maravillosamente, hasta que San Nicolás solo consiguió uno de sus calcetines rojos: – “Dónde estará el otro?”- se preguntaba. Lo buscó por todos lados: debajo del sofá y de la cama, en cada rincón del taller de juguetes, incluso en el placard donde Doña Nicolasa, bajo llave escondía las galletas favoritas de su marido.
San Nicolás, estaba un poquito pasadito de peso; y su mujer lo había puesto a régimen. Cuando a escondidas buscaba alguna galleta, siempre dejaba olvidadas las gafas junto al bote, de esa manera Doña Nicolasa descubría el asalto al placard y las glotonerías de su marido.
Pero tampoco estaba allí el calcetín perdido, ya tenía más de una hora buscando su calcetín rojo. –“Nicolasa se enfadará mucho cuando se entere de que he perdido uno de los calcetines rojos”- pensó San Nicolás. Habían sido el regalo de Aniversario de bodas de ese año, y ya, él con su mala memoria lo había extraviado.
No tuvo más remedio que decirle que no sabía dónde había olvidado uno de sus calcetines rojos, lo buscó por cada rincón de la casa y el taller de juguetes, pero sin ningún éxito. Doña Nicolasa frunció un poco la boca y la frente, como suele hacer antes de comenzar con el discurso a San Nicolás, cuando deja las gafas junto al bote de las galletas, pero era víspera de Navidad; y había que salir a repartir los regalos.
Así que, Doña Nicolasa no le regañó mucho, le besó en cada uno de sus rosados mofletes y le dio otro par de calcetines, estos eran verdes: – “Viejito, para que te traigan mucha suerte esta noche”-. San Nicolás, su copiloto Juanito el Elfo y la cuadrilla de renos con su líder Rodolfo, salieron a surfear la oscura y helada noche de aquel veinte y cuatro de diciembre.
Las entregas habían sido rápidas y sin mucho contratiempo, con sus paradas respectivas de descanso y disfrutar una taza de leche caliente, galletas y pasto fresco para los renos. Solo faltaba la casa de Anna y Enrique, la que no tenía trinepuerto. San Nicolás recordó que había tenido que quitarse las botas porque sus pies estaban totalmente mojados, después de que sus piernas quedaron enterradas en la espesa nieve.
Cuando entró al salón, recordó el cálido ambiente de la casa de los niños, fue directo al árbol de Navidad para dejar los regalos de Anna y Enrique; para su sorpresa, a los pies del pino había un paquete con un gran moño rojo, que decía:
Para: San Nicolás
De: Anna y Enrique
– “Gracias San Nicolás, por los lindos juguetes que cada año nos regalas, aquí está tu calcetín rojo y el cascabel que dejaste el día que buscaste nuestras cartas; también una bufanda que mamá te tejió y un bote de galletas de chocolate. Con Amor, Anna y Enrique. –
San Nicolás, dibujó una amplia sonrisa en su rostro y su corazón se hinchó como un globo, de lo contento que estaba. Su calcetín rojo estuvo siempre en la casa de los niños. Además, aquel dulce y rosado abuelito, que cada año repartía miles de regalos y juguetes por el mundo, había recibido un regalo, por los niños que él cada año visitaba su casa en la noche de la víspera de navidad.
Esa fue, la mejor Navidad que recordaba San Nicolás, cada día, su memoria como una vela se iba apagando, pero en su corazón siempre atesoró aquel hermoso recuerdo, cuando Anna y Enrique le regalaron su calcetín perdido junto a una bufanda y un bote de galletas de chocolate.
San Nicolás, con el pasar del tiempo, recordaba menos cosas, pero nunca olvidó los niños de la casa sin trinepuerto.